A dos días de las elecciones generales, el panorama se aclara un poco más. Tenemos un claro ganador, pero con el caudal de votos más bajo en la historia del PJ-kirchnerismo, sin contar la elección de 2003 donde Néstor Kirchner llegó con un 22,25% de votos y debió ir a un balotaje con el expresidente Carlos Menem, quien renunció a la posibilidad de una segunda vuelta.
En noviembre, los argentinos definiremos al próximo presidente entre los dos candidatos más votados: Sergio Massa y Javier Milei. Ambos deberán disputarse los votos de los espacios que no los acompañaron ni en las primarias ni en las generales, principalmente el espacio integrado por el macrismo y el radicalismo que forman la Alianza Cambiemos.
Ahora bien, ¿cómo harán para atraer estos votos? Milei tiene un discurso muy duro contra los radicales y Massa, como ministro de Economía, nos ha llevado a una situación económica al borde de una posible hiperinflación.
Para el aparato político, este balotaje tiene una particularidad que lo diferencia de las PASO y las generales: es menos ideológico y más pragmático. En las anteriores elecciones, predominó el esquema ideológico que verticalizó las distintas alianzas. En noviembre, lo prioritario será la gobernabilidad. Los nuevos gobernadores, intendentes, diputados, senadores y concejales que asumirán o renovaron sus cargos, deben asegurarse un Ejecutivo nacional que los acompañe en el gobierno de su territorio, que les facilite los recursos cuando estén en apuros. Milei es una incógnita, genera temores. El aparato político ya sabe dónde y quién garantiza esa gobernabilidad.
Sin embargo, hay una variable que puede alterar ese esquema: la Ciudad del Buen Ayre. Aquí hay un escenario bastante interesante para analizar y que nos lleva a comprender la política desde la Realpolitik, donde las ideologías quedan al costado.
La mezcla de PRO más UCR, con más PRO que UCR, dio como resultado Cambiemos. El candidato importado a Jefe de Gobierno, primo del líder de esta alianza y desafiando lo establecido por el art. 97 de la Constitución de la Ciudad, obtuvo una mayoría considerable de votos, pero no le alcanzaron para evitar el balotaje. Su segundo competidor, Leandro Santoro, de la Alianza Unión por la Patria, quedó muy lejos. Tal vez un recuento de votos le juegue a favor de Jorge Macri y la próxima semana sea designado como ganador. O si van a balotaje, debiera acercarse con promesas non sanctas al tercero en discordia: Ramiro Marra, jugada que podría replicarse hacia arriba. A nivel nacional.
El aparato político que acompaña a Sergio Massa ha visto como peligroso una alianza política entre Cambiemos y la Alianza Avanza en CABA. La única forma de desactivarla es bajar el candidato de su espacio, a Santoro. Sin querer ser mal pensado, son estos momentos donde uno se acuerda de los célebres versos del poeta madrileño Francisco de Quevedo sobre el dinero. Lo cierto es que Santoro ya estaba condenado a tener que renunciar a un balotaje, porque intereses superiores estaban en juego. Pero esto no termina aquí, porque Jorge Macri, amigo de Massa, está en deuda porque le evita todo un desgaste físico y económico de definir en una nueva elección. ¿Qué hará ahora? ¿Obedecerá a su primo Mauricio o se asegurará una buena gobernabilidad con ayuda del gobierno nacional que encabezaría Massa? Si apoya al renovador, ¿empujará a Cambiemos a una ruptura? Los radicales porteños también están en ese dilema: ¿obedecerán al PRO o recuperarán su naturaleza de radicales y votarán con lo más parecido? Son dilemas y preguntas ante este nuevo escenario.
Lo cierto es que cada uno de los políticos debe asegurarse su gobernabilidad y esto solo es posible con aquellos que comprendan y entiendan qué es el Estado y cómo funciona.
Luis Gotte
La pequeña trinchera
Mar del Plata