El fin de la Semana Santa extendida actuó como un oasis. Después de 100 días de vértigo, los actores políticos parecieron consensuar implícitamente una tregua. Muchos se replegaron, otros apagaron los celulares, algunos viajaron. Después de los largos remansos de la época albertista, estaban extenuados ante un frenesí imparable. Una dinámica que por el momento tiene un único ganador: Javier Milei, el autor y el motor de esa frenética realidad.
El poder frágil del Presidente
Pero ese protagonismo excluyente entraña una gran paradoja: el Presidente luce por momentos muy poderoso, y de a ratos extremadamente frágil. Por la mañana es el león voraz que arrasa en las redes, recorta gastos y disciplina a la dirigencia; pero por la tarde es el mandatario que no puede aprobar las reformas, que no logra ordenar su gestión y que sufre traspiés insólitos.
Y esta paradoja parece ser el secreto de su éxito porque las limitaciones para lograr sus objetivos le permiten mantener vigente a sus oponentes, a la “casta”, a los que obstruyen su camino. Milei gobierna hasta donde le dejan, y entonces no es totalmente responsable de todo lo que pasa, se victimiza y comparte costos. “El Presidente ostenta no tener todo el poder y ahí radica parte de su poder real, porque lo habilita a culpar a los malos. No termina de ser un presidente completo porque le atribuye a la casta sus dificultades y la de los argentinos. Eso le permite hacer una ostentación del no poder, que le ha resultado eficaz”, señala el consultor Pablo Knopoff. Entonces todo es una transición infinita; nada es definitivo. Como si todavía fuera el tiempo de la campaña electoral.
El respaldo popular a Milei
Los sondeos de opinión pública muestran en forma coincidente que Milei conserva una mayoría del respaldo popular. El último trabajo de la consultora Fixer marca una recuperación de tres puntos en su imagen positiva en el último mes, y el de Opinaia de dos puntos. En la misma línea el reciente informe de la Universidad de San Andrés le atribuye un 51% de aprobación. Estos estudios comparten además el diagnóstico de que la gente sigue identificando como el principal responsable de la crisis al gobierno anterior y, en forma incipiente, aparece un alza en las expectativas de mejora, por primera vez en mucho tiempo.
Es indudable que Milei ha logrado con su electorado un vínculo mucho más resistente que el de muchos otros dirigentes clásicos, a partir de su discurso contra la élite política tradicional. El enfrentamiento contra la “casta” es mucho más que un eslogan de campaña, es una fuente de identificación que genera identidad compartida con los argentinos desencantados y frustrados por décadas de estancamiento. Él se indigna y representa a los indignados, a los que siempre se han sentido fuera del círculo de privilegiados. Y no lo hace a partir de la sensibilidad, porque no es un actor que irradie empatía (que lo diga el estudiante desmayado en el acto del Colegio Cardenal Copello). Lo hace desde el enojo y la bronca. Pocos políticos lo logran. Quizás Cristina Kirchner haya sido la última en generar esa vinculación emocional a partir de su asociación con planes de ayuda como la AUH y el Procrear. En ese momento muchos se preguntaban cómo una multimillonaria que gustaba lucir carteras Louis Vuitton podía generar semejante adhesión entre los sectores más humildes. Hoy el interrogante sería: ¿cómo un presidente que sube tarifas, recorta puestos de trabajo y devalúa la moneda, puede conservar un respaldo social mayoritario? Sorprende la escasa resistencia política y hasta sindical que está encontrando en su avanzada. Nadie parece atreverse a pararse enfrente de él; los que lo hicieron cayeron en picada en la opinión pública.
De la excepcionalidad al minimalismo
Esa incertidumbre tiene mucho que ver con lo político, con la capacidad de gestión de los libertarios y con sus estrategias fallidas en el Congreso. El Gobierno se encuentra en un período de transición entre la fase 1, del “shock de excepcionalidad”, a la fase 2 de “minimalismo efectivo”. La primera etapa, que tuvo como símbolos el mega DNU y la ley ómnibus, estaba sustentada en la creencia de que la gravedad de la crisis, sumada al carácter excepcional de Milei como figura, derivaría naturalmente en un trámite también excepcional de las reformas propuestas. En definitiva, que los actores del sistema político se rendirían ante la evidencia de su fracaso anterior y aceptarían a los libertarios como los únicos depositarios de la voluntad popular. Ese plan fracasó. La “casta” trituró la ley y desafió el DNU con amparos y rechazos parlamentarios. La segunda etapa se caracteriza, en cambio, por una moderación de las expectativas (ley Bases bis) y una instrumentación de medidas por decreto y por goteo. Día por día, anuncios de recortes y cambios, algunos simbólicos, otros sobredimensionados, pero sin respiro.
Supuestamente esta nueva fase también vino acompañada, desde el discurso de Milei del 1 de marzo, por una mayor disposición al diálogo. En vez de mandar 664 artículos sin hablar con nadie, ahora hubo reuniones previas con los bloques legislativos. También se retomó la senda con los gobernadores, nexo que había quedado dinamitado. Pero hay un problema de base en este consensualismo tardío: Milei no confía en su efectividad. Él cree que a la larga los radicales lo van a traicionar y los gobernadores le van a correr el arco. Esa falta de convicción se refleja en los avances y enfriamientos constantes. Por ejemplo: después de la satisfactoria reunión de los mandatarios provinciales con Nicolás Posse y Guillermo Francos no se avanzó en serio con el plan fiscal. No se convocó al consejo de ministros de Economía como se había acordado y la semana pasada se postergó la reunión prevista. El gobernador de una provincia importante lo sintetiza con una frase: “Hay buena disposición de ambas partes, pero por alguna razón nunca podemos cerrar ningún tema. Todo queda disuelto en el aire”. En el medio aparecen novedades como los recortes a las cajas jubilatorias de 13 provincias, que encontró a los negociadores oficiales totalmente en ignorancia. Hay muchas dudas con el impuesto a las ganancias e inquietud por la falta de señales para generar una reactivación económica. De hecho hay un documento en ese sentido que están elaborando 16 gobernadores, los 10 del extinto JxC y los 6 patagónicos.
Esta semana va a ser decisiva para testear si efectivamente el Gobierno logró mejorar su situación con los sectores dialoguistas.