El 12 de junio de 1974 Juan Domingo Perón, el hombre más importante de la política moderna Argentina, pronunciaba su último discurso en el balcón de la Casa Rosada. Lo rodeaba el calor de la clase trabajadora convocada por los diferentes espacios de organización sindical. Su intervención es de carácter dramático y puede ser considerada a la vez como una clase de conducción política en un escenario angustiante como el que vivía una Argentina amenazada por el conflicto interno. Del discurso se recuerda por la famosa frase “Yo llevo en mis oídos la más maravillosa música, que para mí es la palabra del pueblo argentino”.
Como sabemos Perón había asumido por tercera vez de forma democrática la presidencia en 1973, con 78 años en su espalda y con algunos trastornos graves de salud, problemas urológicos, respiratorios, y cardiológicos. Situación que derivó en la intervención diaria de un equipo de siete médicos que seguían la evolución del conductor argentino.
El álgido contexto político
Algunos analistas sostienen que el propio Perón, el 12 de junio, llegó al balcón de la Rosada con intenciones de renunciar a la presidencia. Presiones partidarias de izquierda a derecha, violencia política en todas las esferas de la comunidad nacional El momento de mayor dramatismo fue cuando puso en duda su continuidad en la primera magistratura, donde sostuvo que al haber asumido la presidencia había hecho un sacrificio, pero que si llegaba “a percibir el menor indicio que haga inútil ese sacrificio, no titubearé un instante en dejar este lugar a quienes lo puedan llenar con mejores probabilidades”.
A esta incertidumbre se le sumaba la fragilidad del Pacto Social acordado por el mundo de la producción y el trabajo al inicio de presidencia. A un escenario político complejo producto de tensiones internas en el seno del peronismo se le agregaba una coyuntura de inestabilidad en el plano económico, impulsada por sectores del capital concentrado que olían sangre y consideraban, como históricamente lo hicieron, que la variable de ajuste eran los trabajadores. En ese marco Perón sostenía para esos días que “los vivos de siempre que sacan tajada del sacrificio de los demás” por último dijo que “los que hayan violado las normas salariales y de precios, como los que exijan más de lo que el proceso permite, tendrán que hacerse cargo de sus actos”.
Sin embargo y a pesar de sus detractores el Pacto Social, espacio de intercambio entre el mundo del trabajo y el capital, había logrado contener la inflación, descendiendo en un año del 79.6% al 30.2%, mientras que la tasa de desempleo cercana a la muerte de Perón era del 2.5%, la participación de los trabajadores en el ingreso nacional había subido en un año del 35.3% al 42%. Es decir, a partir de 1973 se comenzaba a recomponer el poder adquisitivo de los trabajadores, de forma paulatina y sostenida.
La CGT, ante la posible renuncia de Perón, convocaba a un paro nacional. Con organización y miles de personas que se autoconvocaron la plaza adquiría un marco imponente, algunos analistas hablaban de la misma cantidad de personas que participaron el 17 de octubre de 1945.
El vacío ante la ausencia de conducción
El éxito y el reconocimiento de la obra de Perón gira en torno a su capacidad de conducir, en ese sentido aplicó a la praxis política aquellas máximas que el propio protagonista plasmó en su obra Conducción Política . El conductor siempre trabaja para los demás, jamás para él. Hay que vivir junto al pueblo, sentir sus emociones y entonces recién se podrá unir lo técnico a lo real y lo ideal a lo empírico. La conducción en la cosmovisión de Perón se alejaba de la idea de jefatura o de líder, conceptos tan cercanos a las vanguardias. La conducción presentaba el desafío de trabajar en la diferencia. Al fin y al cabo la conducción de un movimiento nacional resume el desafío de una tarea más ardua que la jefatura de un partido político, presupone la organización de la nacionalidad en todos sus clases sociales por encima de las particularidades.
El 12 de junio también desaparece aquel que vino a discutir y a poner en tensión el mismo concepto de democracia. Como sabemos los conceptos son polisémicos y pueden variar de acuerdo a la matriz de pensamiento en que uno se posicione, Perón discutió la idea de democracia de élite tan cercana al liberalismo de Rivadavia y Mitre, a la que le opondrá la idea de democracia de los caudillos, en esa institución, la de los caudillos se resume la posibilidad de trabajar en la heterogeneidad y la complejidad de las comunidades modernas. Perón a partir del 17 de octubre vitalizó aquella democracia que caracterizaba Alberdi como bárbara, popular, tumultuosa, mal encasillada como irreflexiva. Enfrente y durante los apologistas del peronismos consideraban que la democracia debía ser pulcra, reglada, y disciplinada. Esas tensiones en relación al concepto que siguen hasta nuestros días fueron identificadas y puestas en discusión por primera vez de manera profunda a través de la figura del conductor político.
Y detrás de esa democracia de caudillos logró darle un lugar central a los trabajadores, más precisamente como columna vertebral del nuevo movimiento nacional. Por tal motivo, la última intervención de Perón en ese invierno gris de 1974 significó una música melancólica de la que el pueblo argentino aún no logra recuperarse, por tal motivo la clase trabajadora, en última instancia la democracia bárbara. Pero también una voz de esperanza en la búsqueda de unidad nacional.
Por Emmanuel Bonforti. Columnista de Mundo Gremial. Docente de la materia Pensamiento Nacional y Latinoamericano, Departamento de Planificación y Políticas de la Universidad Nacional de Lanús (UNLa)