El caudillismo, en líneas generales, es una forma de gobierno que se define por el predominio de un líder carismático y sensibilidad popular, que ejerce el poder político y militar en una región o país. En la América surge desde el mismo momento en que comienza la expansión hispana, luego, adquirirá nuevas características con la independencia de nuestras patrias, como resultado de las luchas internas entre los distintos sectores de poder y las aspiraciones regionales (provincias).
En realidad, su esencia, su naturaleza, prorrumpe con la reconquista de la misma España. El caudillo por antonomasia es Ruiz Díaz de Vivar, el Cid Campeador.
En Argentina, el caudillismo tuvo una expresión particular, ya que los caudillos no eran simples jefes militares o terratenientes, sino que tenían una visión política y cultural de la nación. Se apoyaban en el pueblo, especialmente en el campesinado, y defendían los intereses de sus provincias frente al centralismo porteño. Los caudillos nacen con el federalismo, podríamos dar fecha cierta, el 4 de febrero de 1811, cuando el Cabildo de Santiago del Estero no acepta los candidatos impuestos por los porteños, y nombran a Juan Francisco Borges.
Nuestros caudillos fueron hombres cultos, o se rodeaba de intelectuales que provenían, en su mayoría, de la Universidad de Córdoba, por lo que no se puede decir que eran bárbaros. Ellos lucharon por la soberanía nacional, la autonomía provincial y municipal, la justicia social y la unidad hispanoamericana
Entre los más destacados se encuentran José Artigas, Miguel de Güemes, Francisco Borges, Manuel Dorrego, Juan Manuel de Rosas, Facundo Quiroga, José Aldao, Francisco Ramírez, Estanislao López, Felipe Ibarra, Juan Bustos, Felipe Varela, Ricardo López Jordán, entre otros. Estos hombres representan la resistencia al liberalismo y al imperialismo que pretendían imponer el poder del porteñismo de la Ciudad del Buen Ayre, centralista y atlantista.
La historia oficial ha tratado de desprestigiarlos, presentándolos como tiranos, salvajes o atrasados. Esta visión sesgada ha sido difundida por los historiadores mitristas y los mitre-marxistas (según la expresión de Norberto Galasso), que han ignorado o tergiversado las verdaderas causas y consecuencias del caudillismo: el destrato del centralismo que consideraba a nuestras provincias “como los trece ranchos” que, seguramente, veían como incapaces de sostenerse por sí mismas. Estas corrientes historiográficas pro-europeas, funcionales al colonialismo, han intentado romper el vínculo entre el pueblo y sus líderes populares, parte de la identidad nacional.
Hoy en día, el modelo del caudillo ha sido reemplazado por otro tipo de liderazgo, más personalista y autoritario, que debilita las instituciones democráticas y desconoce la Constitución Nacional como las provinciales. Los actuales dirigentes políticos no surgen del seno del pueblo ni defienden sus intereses, sino que se imponen desde arriba con el apoyo de los medios de comunicación y las corporaciones económicas. Los candidatos electorales no se dirigen al votante como parte del mismo proyecto colectivo, sino que hablan desde un yo superior, un yo dador, un yo sé.
La Argentina ha perdido la unidad de concepción que le permitía definir políticas de Estado y orientar la conducción política con el respaldo popular. Nos hemos convertido en una sociedad heterogénea y fragmentada, donde prevalecen los reclamos egoístas e individualistas de los diversos colectivos sociales. Tal vez sus reclamos sean válidos, pero se han convertido en pequeños árboles que no nos permiten observar la realidad de una Segunda Emancipación Nacional, que rompa con el régimen colonialista que nos han impuesto tanto los de afuera como los de adentro.
La Argentina logrará recuperar su soberanía política, cultural, alimentaria, energética, minera si logra constituir un pueblo unido y consciente, con mayorías que impulsen derechos sobre sus recursos naturales, sus autonomías municipales, federalismo y democracia social, el verdadero camino de su futuro. Para ello necesitamos de una conducción política que comprenda, distinga, aprecie y resuelva los problemas nacionales por encima de las pasiones personales o sectoriales. Solo se conseguirá con un liderazgo popular que no sea personalista ni mesiánico, sino democrático y participativo.
Luis Gotte
Co-autor de “Buenos Ayres Humana, la hora de tu comunidad” Ed. Fabro, 2022.
Mar del Plata