Marcelo Gullo Omodeo es argentino, profesor de la Universidad Nacional de Lanús y de la Escuela Superior de Guerra, Doctor en CC. Políticas por la Universidad del Salvador (Buenos Aires) y ha realizado estudios de postgrado en la Universidad de Ginebra y en la Escuela Diplomática de Madrid. Un geopolitólogo hispanista cada vez más en alza que ha alcanzado un notable reconocimiento por su anteriores libros, Madre Patria. y Nada por lo que pedir perdón.
En esta ocasión le entrevistamos por el más reciente Lo que América le debe a España.
¿Por qué decidió escribir este nuevo libro titulado lo que debe América a España?
Porque Hispanoamérica le debe su unidad sustancial a España, de manera que de Madrid a Kiev o de Granada a Berlín hay más distancia psicológica, sociológica y cultural que de Lima a Sevilla o de Buenos Aires a Salamanca. Los pueblos que se extienden desde los Pirineos a Acapulco y desde California a Tierra del Fuego conforman en sustancia un solo pueblo, un único pueblo, aunque, como resultado de la leyenda negra, hayan perdido la conciencia de su unidad de destino.
Porque Hispanoamérica le debe a España su ser, aquello que le hace ser lo que “es” en el mundo: un “pueblo continente”, que se extiende desde México hasta Argentina, una única nación dividida en repúblicas, pero una sola nación, una nación inconclusa.
¿Por qué sostiene en el mencionado trabajo que América le debe el ser a España?
Porque la identidad de un pueblo, su “ser”, aquello que le hace ser lo que es, no viene dada por su sangre o por el color de la piel, sino por la lengua y los valores, en definitiva, por su cultura profunda que deriva siempre de una “Fe Fundante” que en nuestro caso es catolicismo. Desde California hasta Tierra del Fuego, la Iglesia fomentó el sincretismo en la forma de la fe —es decir, su expresión artístico-cultural, arquitectónica, musical, festiva, etc.—, pero en ningún caso en la esencia de la fe. De ahí que, por ejemplo, un católico de Jalisco era, en sustancia, idéntico a un católico de Sevilla. El cristianismo en Hispanoamérica fue absolutamente ortodoxo, porque ninguno de los pilares de la fe se adulteró. Por eso, cuando a la unidad religiosa le siguió la unidad lingüística —con la asunción, voluntaria, de la mayoría de la población hispanoamericana del español como lengua madre— se conformó, si atendemos a la sustancia y no a la forma, un único pueblo.
Quisiera agregar que, esta pregunta que usted me hace es una pregunta muy importante porque hoy en día, el imperialismo internacional del dinero, que siempre busca dividir para reinar, financia a los grupos indigenistas y fomenta la llamada «teoría poscolonial» para atacar, precisamente, a todos los elementos que le dan unidad a Hispanoamérica. Sin embargo, como ya he expuesto, la identidad de un pueblo no viene dada por su sangre o por el color de la piel, como creían ayer los nazis y hoy los indigenistas, sino por la lengua y los valores. Lo que unifica a los pueblos que se jalonan desde California hasta Tierra del Fuego y los convierte en un solo pueblo-continente es la lengua de Castilla y los valores predicados por aquel Nazareno crucificado en las afueras de Jerusalén. Por eso, la llamada «teoría poscolonial», que rechaza los valores de la cultura occidental, pero que jamás ataca al imperialismo anglo-calvinista, es el disfraz del neocolonialismo, de la oligarquía financiera internacional, del mismo modo que el indigenismo, que quiere hacer desaparecer el uso del español e instaurar el aprendizaje obligatorio de más de setecientos dialectos y lenguas indígenas —muchas de ellas muertas—, es la etapa superior del imperialismo.
Ese gran pensador que fue el socialista argentino Manuel Ugarte durante toda su vida insistió en que se debía escribir y estudiar solo en español, porque era consciente de que la fragmentación lingüística precedía a la balcanización política y que de buenas intenciones está hecho el camino del infierno. La fragmentación lingüística es siempre una herramienta de las potencias hegemónicas para romper la unidad de los otros Estados. Cuando se pretende dividir una nación que tiene una lengua común establecida –una lengua franca-, se comienza introduciendo en distintas regiones de esa nación la pluralidad lingüística, tanto en las escuelas como en las universidades y en la administración pública. Luego, poco a poco, se excluye de esas mismas escuelas y universidades la lengua común del Estado, tras lo cual las distintas regiones que ha establecido una nueva lengua o restablecido una antigua y excluido la común comienzan a sentir como extranjeros a los que antes consideraban como sus connacionales y empiezan a pensar en la independencia del Estado del que formaban parte. Solo me cabe agregar que es, lo que está sucediendo, lamentablemente, en nuestros días en la propia España.
Recibiendo la religión, la cultura y los valores de España también reciben la riquísima herencia grecolatina. ¿En qué medida considera enriquecedores estos elementos clásicos?
El encuentro de España con América fue un acontecimiento trascendental y el legado que nos quedó, una huella imperecedera. Con la creación de la Hispanidad, América recibió los valores de la cultura grecorromana católica, y no solo sus clases ilustradas, sino también los sectores populares se hicieron legatarios del pensamiento de Sócrates, Platón, Aristóteles, Cicerón, San Agustín y Santo Tomás. El pensamiento grecorromano, también llamado «clásico», tras ser purificado por el cristianismo, supuso el punto de partida desde el cual, dejando de lado todo mito o superstición, y a partir del procedimiento lógico de la razón, fue posible el comienzo de un conocimiento verdaderamente científico. Estos postulados llegarán posteriormente a América de la mano de España. Dicho de otro modo: con España llega a América lo mejor de Atenas, de Roma y de Jerusalén, los tres pilares de la civilización occidental. En este sentido, resulta incuestionable que la historia, la religión y el idioma ubican a Hispanoamérica en las coordenadas del mapa cultural occidental, una civilización que España llevó y cultivó en América.
¿Por qué afirma que la evangelización de América fue querida y bien recibida en el nuevo continente?
Porque gracias a España se produjo la liberación espiritual de Hispanoamérica, porque los dioses, que obligaban a los americanos a vivir en un mundo caracterizado por el temor y el terror, fueron reemplazados por un Dios Padre, y los sacrificios humanos que se realizaban cada día para aplacar la sed de aquellos dioses por la obligación de asistir los domingos a misa y recibir de las manos del sacerdote la Sagrada Eucaristía.
Para ocultar la deuda que Hispanoamérica tiene con España, los historiadores negrolegendarios —llenos de mala fe— evitan decir que la realidad social que los misioneros cristianos hallaron en el Nuevo Mundo se caracterizaba por la presencia de numerosos dioses de la Muerte que dieron origen a la cultura del terror, a la tiranía de un pueblo sobre otros, a la opresión de los ricos sobre los pobres, a la guerra permanente entre los pueblos y las tribus, a los sacrificios humanos masivos, a la antropofagia, a la esclavitud, a la prostitución y a toda suerte de crueldades infames.
Si tomamos a México como ejemplo, más de cien años después de la partida definitiva de España, cuando el gobierno mexicano trató de extirpar de raíz la fe católica de las masas indígenas, la fe de aquellos indígenas —su martirio para seguir siendo fieles a la fe católica— solo encuentra parangón en el martirio de los primeros cristianos. No hubo ningún pueblo en Hispanoamérica que vertiera tanta sangre en defensa de la fe católica como el mexicano, y no hubo en el pueblo mexicano ningún sector social que luchara con tanto fervor y heroísmo para seguir siendo hispano y católico contra las balas del ejército «mexicano» como las masas indígenas y campesinas harapientas, que combatieron desde el 1 de agosto de 1926 hasta el 21 de junio de 1929 al grito de «¡Viva Cristo Rey y la Virgen de Guadalupe!».
Si la fe se prueba con la sangre, el pueblo mexicano probó la suya con creces, lo que sepulta definitivamente la interesada afirmación de que su cristianización fue «impuesta» y «superficial»: ningún pueblo da su vida por una creencia superficial e impuesta, sino que la dan solo por las cosas en las que creen y por las cosas que aman. El martirio de las masas indígenas y campesinas mexicanas demuestra la falsedad de la prédica negrolegendaria, que dice que el conquistador y los misioneros impusieron por «la fuerza» a las masas de los pueblos precolombinos la fe del Nazareno. Esas masas amaron y abrazaron la nueva fe porque, como vimos, gracias a ella se terminó la «angustia del estar» y sus vidas dejaron de ser un infierno.
¿Qué reacciones espera de este libro tan abiertamente pro español?
Este libro no es abiertamente pro español, es abiertamente pro hispanoamericano, y pro argentino porque si la Hispanoamérica en general –y Argentina en particular-, olvidara la tradición que enriquece su alma, rompiera sus vínculos con la latinidad, se evadiera del cuadro humanista que le demarca el catolicismo y negara a España, quedaría instantáneamente baldía de coherencia y sus ideas carecerían de validez.
Por Javier Navascués